Y el mundo, desde ese instante, ya nunca será igual
- Ramón Otero

- 14 jul 2023
- 4 Min. de lectura

10…9…8
La cuenta atrás se acerca al final y Oppenheimer se pregunta con qué fines será utilizado el resultado de su trabajo.
El mundo podría convertirse en una bola de fuego, y él cierra los ojos un instante antes de que detone el explosivo dentro de La Bomba que cambiará para siempre la historia de la humanidad.

Entre tus largas piernas hay un valle de fuego.
Te he faltado al respeto hace un momento. Lo hice al morderte la cara mientras te sujetaba del cuello, al dejarte marcados mis dedos en tu trasero. Lo haré al usarte con una pizca de desprecio y un montón de cariño sincero.
—Hijo de puta… —susurras mientras te sujeto con fuerza sin que puedas moverte más allá de dónde yo quiero. Y gimes cuando penetro por la brecha mientras sudas bajo mi cuerpo.
El núcleo de Plutonio tiene el tamaño de una naranja. Cuando el explosivo inicié la explosión, se liberará en un solo instante la cantidad de energía más grande que se ha registrado jamás en la Tierra. Todas las bombas de la segunda guerra mundial concentradas en un único lugar del espacio tiempo.
7…6…5…
“Me he convertido en la Muerte. En el destructor de mundos”

Oppenheimer susurra el párrafo del Bhagavad Gita fumando un cigarro, y aprieta los nudillos viendo moverse la aguja del segundero.
Su gran carga fue creerse el hombre que había creado el arma del Fin del Mundo. Sin embargo, se equivocaba al pensarlo, pues lo que matará a la humanidad no serán las bombas, sino algo más básico y rudimentario; la falta de Amor.
—Ponte de lado… —te susurro abrazado a tu espalda. Por la ventana se cuela una suave brisa de verano y tú giras tu cara buscando mis labios.
El reloj del Fin del mundo dice que faltan dos minutos para la medianoche, pero nosotros seguimos en tu cama enredados.

Lazos de pasión que se establecen entre dos extraños. La química que surge de lugares insospechados. El deseo tiene eso. Es como el comensal que se presenta sin ser invitado. Nadie lo busca, nadie lo llama. Simplemente surge y mueve sus hilos haciendo que la cordura se haga a un lado.
4…3…
A un lado de la mesa el padre del proyecto Manhattan, al otro, el profesor Ian Malcolm.
“Sus científicos estaban tan preocupados averiguando si podían o no hacerlo, que no se preguntaron si debían”.

Hacer lo debido o hacer lo correcto. He aquí uno de los dilemas más complicados.
Podría no cogerte del cuello para ver como se marcan tus venas, pero lo hago. Podría haber seguido de largo, pero no he podido evitarlo. Podría no haber inventado La Bomba, pero de todos los males era el menos malo.
Jamás seré un ejemplo en lo que hago. No encajo en un molde, no soy capaz de someterme a mandato. Si me prohíbes algo, lo llevaré a cabo. Si me dices que no se puede comer, tendré que probarlo.
Al Infierno se llega por medio de nuestros propios actos. Viendo los míos, sin duda, tengo allí un lugar reservado.

¿Estará Oppenheimer a mi lado? Sinceramente no me importa cuál es la siguiente parada de este viaje. Después de toda una vida buscando, todavía no tengo claro si al bajarme de este vagón hay más estaciones aguardando.
Lo que es seguro, es que tus manos no permiten que me vaya de tu lado. Una y otra vez me impides que salga de tu cama. Las sábanas son un mar agitado. Y mordiéndonos, estrujándonos, buscándonos entre susurros, ambos navegamos.
2…1…
El silencio recorre el desierto de Los Álamos. El último instante de una civilización antes de convertirse en nuclear. Ya no hay vuelta atrás.

Igual que tampoco la hubo cuando cogiste mi mano sabiendo lo que eso iba a conllevar.
—Iré al infierno contigo… —susurras mientras me pides más. Y yo sonrío haciéndote sufrir un instante antes de dejarme llevar.

Por todo el planeta, en silencio, cada noche, dos personas se encuentran y entre ellas se libera una carga energética especial. Algunas no se volverán a ver jamás. Otras formarán una familia para toda la vida, otras se divorciarán. Habrá quien se enamore y quien se arrepienta de haber elegido mal. Millones de instantes y momentos repartidos por todo el planeta que por sí mismos no tienen repercusión alguna, sin embargo, si fuéramos capaces de unirlos todos en un mismo momento y lugar, serían capaces de convertirse en una pequeña bomba nuclear.
Oppenheimer no debe sentirse culpable, pues la nuclear no es la más potente de las fuerzas.
Lo es el amor. El amor debido o indebido. El amor de un padre por su hijo, y el amor de dos extraños que se acaban de encontrar. El amor de un científico por su proyecto, aún sabiendo que el resultado de su trabajo podría aniquilar a toda la humanidad.
La disyuntiva eterna. Hacer lo debido o lo correcto. Algo a lo que rara vez se puede contestar con facilidad. No lo supo Oppenheimer hace setenta y cinco años, ni lo sé yo esta noche viendo cómo te retuerces de placer una vez más. Y el contador sigue su marcha hacia atrás…
2…1…0
Y la bomba detona. Y tú gimes dejándote llevar

Y el mundo, desde ese instante, ya nunca será igual.









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