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Gran parte de la Vida, se esconde en nuestros sueños.

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—Sígueme —me susurraba noche tras noche. Y yo la seguía.

Cogía su mano y sentía su tacto suave y que las tenía frías. A ciegas, en un mundo oscuro y denso que me envolvía, me adentraba en lugares que despertaban rincones de mi memoria que hasta entonces dormían.

Nunca llegué a ver su rostro, aunque desde la primera noche supe que la quería. Ni siquiera cuando me hacía el amor envolviéndome en sus caricias, pude adivinar de qué color eran sus ojos, o cómo era su sonrisa.

Ella trascendía a eso, pues no era solo un cuerpo, sino pura energía.
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En mis sueños ella me manejaba; era mi dueña, no mi guía. Cuando tomaba una decisión, sabía que era suya, no mía. Supe que era un súcubus que aprovechando la soledad de mi vida, se adentraba en mis sueños para alimentarse de mi energía. Lo supe, pero no hice nada para defenderme de ella, porque en el fondo, el amor que sentía a su lado, era más real que el de mi propia vida.

Una noche aparecí a su lado en un piso destrozado. Estábamos en una ciudad en guerra. Edificios en ruinas, gritos de tropas moviéndose entre los escombros y en mis manos un rifle con mira.

—Por aquí… —me decía.

Caminamos agachados bajo los cristales hasta la planta de arriba. Nos asomamos a una ventana y vimos un grupo de personas junto a una pared. Era una familia y entre ellos había una niña. La pequeña lloraba arropada por su madre. Frente a ellos un Panzer y en la torreta, un oficial con su uniforme negro de carros fumando mientras sonreía. Al pie del carro de combate tres soldados con los fusiles en los brazos fumaban mientras conversaban en voz baja. El oficial terminó el cigarro y dio una orden. Los soldados tiraron sus pitillos y se colocaron en fila.

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—Es una ejecución —susurró ella a mi lado.

Miré mi rifle y la miré a ella. Iban a fusilar a aquella familia y a la niña. Era un sueño, nada era real, pero en aquel instante era lo más real que podría sentir. Me asomé sobre la ventana y tomé miras. Centré la cabeza del oficial con el alza de mi arma. Los soldados se preparaban, de fondo se escuchaba lejano el fuego de artillería. Tomé aire y lo retuve en mis pulmones. Coloqué la yema del índice en el gatillo y con suavidad, pero firmeza, fui apretando sin respirar, escuchando en mis oídos como mi corazón latía.

El disparo me sorprendió. Un estampido llenó los edificios en ruinas. Al momento el oficial cayó hacia delante con media cabeza volatilizada. Los soldados se giraron sin saber de dónde había venido el disparo. La madre salió con la niña corriendo en brazos. Uno de los soldados la vio y apuntó. Disparé, pero no acerté. Él sí que lo hizo y con una ráfaga las barrió. Sus cuerpos cayeron al suelo antes de que los otros dos ejecutasen al resto de su familia.

Al momento escuché voces por las escaleras. Me asomé y vi que media docena de soldados subían. Me habían localizado al disparar tratando de salvar a la madre y la niña.

—Te han encontrado —susurró.

Salió corriendo y la seguí hacia las plantas de arriba. Aquello era un sueño, lo sabía. Entonces, ¿Por qué sentía tanto miedo? ¿Por qué no me despertaba sin más y salía de aquella agonía?

Llegamos a la última planta. No había salida. Era una puta ratonera. O saltaba por la ventana, o moría. Me refugié en un dormitorio. Tirado en el suelo vigilé el pasillo. Cuando vi aparecer el primer soldado alemán, disparé y lo vi caer. El sonido de mi arma fue un estruendo en aquel espacio cerrado. Los oídos me pitaban viendo como sus compañeros lo recogían. Ella, sentada frente a mí me observaba tranquila.

—Haz algo… —le supliqué, pero ella negó con la cabeza con una triste sonrisa.

Una lluvia de balas llegó del otro lado del pasillo. Voces y gritos en alemán y una granada entró volando por la puerta. La explosión me aturdió por completo. Me quedé tirado y cuando me traté de incorporar los tenía encima sonriendo. Dos disparos en la barriga y sentí el dolor más intenso que había sentido jamás. Fuego en mi vientre y un tremendo peso. Ella, me observaba sin moverse tras ellos. No hizo nada cuando uno sacó la Lugger de su cinturón, me la puso sobre el ojo izquierdo y apretó el gatillo. Sentí el sonido del trueno y cómo algo de mí se desprendía en aquel momento. Sentí también un tirón y me desperté solo en mi cama con el corazón agitado.

—Joder —mascullé todavía sintiendo el miedo.

Dos noches más tarde volvió a visitarme.

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—Sígueme.— Y otra vez la seguía

El amor que sentía a su lado hacía que estuviese ciego. Era algo tan puro como inmenso. Era como entender a Dios al completo. Algo inabarcable mientras estaba vivo, se me mostraba de forma sencilla cuando estaba durmiendo. Así era seguirla a ella al otro lado de mis sueños.

—Jamás había visto un cielo así… —le susurré.

Estábamos sentados en lo alto de una duna de algún desierto. Era de noche y sobre nosotros la vía láctea cruzaba de un lado a otro regalándonos la espectacularidad del universo. Un cometa verdoso brillaba junto a la constelación de acuario.

—Hasta dentro de cien años no volverán a verlo —me susurró ella.

En mis sueños no tenía rostro, pero su presencia me era tan familiar como si me hubiera acompañado desde el mismo momento de mi nacimiento. El amor era puro, sincero, poderoso. Era tan grande como aquel cielo.

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—¿Por qué haces esto? ¿Qué quieres de mí?

—Esto… —y sentí como su mano atravesaba literalmente mi pecho y se metía en mi interior. Era como si no tuviera cuerpo. Entendí que ansiaba lo que fuera que yo tenía dentro.

Entonces los vi llegar a lo lejos. Un grupo de luces de todoterrenos. Llevaban semanas buscándonos por aquel desierto. Eran terroristas del frente polisario que buscaban cooperantes para secuestrarlos y pedir un rescate por ellos. Traté de escapar pero me alcanzaron. Me apuntaron con un AK74 chino, me cubrieron la cabeza con una mortaja y a golpes me subieron al maletero de uno de aquellos todoterreno. Caí sobre otros cuerpos. Eran mis compañeros de misión humanitaria. Algunos lloraban, otros rezaban casi en silencio.

Aquella noche nos bajaron de los todoterreno y nos encerraron en un cobertizo. Todo estaba oscuro, no había noche ni día. Hacíamos nuestras necesidades en una esquina y apenas comíamos una vez al día. Pan rancio y una sopa que sabía a meados. Perdí la noción del tiempo y mientras trataba de consolar a mis compañeros, ella me observaba desde una esquina. ¿Qué clase de sueños eran aquellos llenos de sufrimiento? Quería hacer el amor con ella, quería bañarme bajo cascadas y besarla en playas desiertas bajo el sol. Ahí es a dónde quería que me llevase en sueños… Sin embargo, noches como aquellas no lo hacía.

Una noche la puerta se abrió. Nos fueron sacando uno a uno. Nos colocaron de rodillas en el suelo. Frente a mí un tipo alto de rostro oscuro y ojos negros. En su mano un revólver con el pavonado brillante. A mi lado una compañera sollozaba. Supe que era el fin.

—No han pagado por vosotros. No hay dinero. Estáis muertos.  —lo dijo con fuerte acento.

Sentí el peso del revolver en mi frente. El cañón estaba frío. Escuché como el tambor giraba y noté mi cabeza salir impulsada hacia atrás cuando la bala me voló medio cerebro. Lo vi colocarse sobre mi, apuntarme a la cara y cerré el ojo que me quedaba para no sentir el disparo que me ejecutó en el suelo.

Me desperté en mi cama sudando agitado. Me dolía la mandíbula de haber apretado los dientes.

—¡Joder! —estaba enfadado.

No descansaba por las noches. Mi cuerpo se despertaba como después de un asalto de boxeo. Estaba reventado. Tenía que poner fin a aquello.

La siguiente noche que vino a buscarme traté de negarme, pero no pude hacerlo. Era el amor y el deseo que despertaba en mí lo que hacía que no tuviese voluntad. Sabía que cada noche la seguía a mis peores pesadillas, pero me daba igual. Iría tras ella hasta el mismísimo infierno por compartir a su lado algo de tiempo.

—¿Qué lugares son esos a los que me llevas? —le pregunté y ella me miró con tristeza. Con aquella embaucadora tristeza llena de belleza.

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—Son lugares en los que has muerto.

Un escalofrío me recorrió. A millones de kilómetros de mí, mi cuerpo se retorció bajo las sábanas.

—Yo nunca he muerto… —comencé a decir, pero ella me interrumpió.

—Lo has hecho. Has nacido, vivido y muerto miles de veces.

—¿Cómo es posible?

—Lo es, porque tu alma está dividida en millones de partes. Todas chispas de un mismo fuego. Has vivido vidas que ya no recuerdas. Has estado en lugares y momentos que no te imaginas y aunque no lo creas, has sido tú todo el tiempo.

Supe que no me estaba mintiendo. A su lado todo era real. Aunque mi cuerpo estuviese durmiendo, lo que ella me mostraba, lo que vivía a su lado, eran tan auténtico, o más, que lo que tocaba con mis propios dedos. Ahí fue cuando tomé conciencia de lo mucho que nos limitan nuestros cuerpos.

—¿Y tú quién eres? —le pregunté —. Siento que has estado conmigo desde el comienzo.

—Y lo estoy. Lo llevo estando desde el comienzo.

—Entonces…

Sonrió. Era hermosa, era la más hermosa aunque no pudiese ver sus rasgos.

La belleza es algo que nada tiene que ver con lo que vemos. La auténtica belleza de algo se percibe con el alma, no con los ojos.

—Vivimos muchas vidas, pero solo sentimos un amor verdadero —. Sonrió con tristeza y cogió mi mano —. Lo que ves es solo una parte de mí. Una chispa de mi propio fuego. Como tú, estoy esparcida en miles de lugares a la vez, y al igual que tú, en alguno de esos lugares tengo un cuerpo. Uno que limita lo que sé, lo que percibo, lo que siento, lo que recuerdo… —soltó mi mano y comencé a sentir que se alejaba—. Cada noche, mientras dormimos somos capaces de conectar con esas partes que están libres por el universo. Por eso soy capaz de alcanzarte aquí. Por eso te siento y te recuerdo. Porque tú, eres mi único amor verdadero…

Y diciéndolo se alejó y yo me desperté de nuevo encerrado en mi cuerpo.

Tardé semanas en comprender la grandeza de aquel concepto. Comencé a ver la vida con otros ojos, como entendiendo que nada es trascendental en realidad, pues hay mucho más que esto a lo que nos limitamos aquí. Trabajar, rutina, viajar de vez en cuando, pagar impuestos.

—Aquí somos cobayas, ahí fuera formamos parte de todo el Universo —le dije una vez a una chica en nuestra primera cita.

Me gustaba. Era atractiva y habíamos congeniado en la cama la noche que nos conocimos, sin embargo, después de decirle aquello, no volvimos a vernos. Supongo que me tomó por loco, pero eso es algo que dejó de preocuparme hace tiempo.

Ahora vivo por encima de todo. Ahora sé que todo es importante, pero nada es lo más importante. Ahora sé que la muerte es parte de un proceso y que lo más auténtico que vas a vivir, no lo percibirás con tu cuerpo. Ahora lo sé, y por eso comprendo al fin lo que mi único amor verdadero, mi súcubus de cada noche, me había enseñando durmiendo…

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Gran parte de la vida, se esconde en nuestros sueños.

 
 
 

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