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Estés donde estés, iré a buscarte.

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Se lo dijo de verdad. Se lo dijo callando más cosas de las que contaba en realidad.

Llegamos aquí ciegos y sin memoria. Alguien se encarga de que entre una vida y otra, tengamos que olvidar. Con el tiempo aprendemos que, en realidad, hay mucho más de lo que podemos tocar, ver, sentir, oler y acariciar. La vida está tejida de muchas realidades que apenas somos capaces de asimilar. Hay personas que pasan por encima de ellas, que no las intuyen ni por más que se empeñen lo harán. Su alma es inexperta, carecen de sensibilidad… ¿Quién sabe? El caso es que no todos estamos hechos del mismo material.

—Te he encontrado a mitad del Camino —le decía él, y ella respondía “Nada sucede por casualidad”.
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Purificados por el fuego de una misma hoguera. Supervivientes de una fría trinchera. Viejos amigos, o amantes. Enemigos íntimos que aprendieron a respetarse... ¿Quién sabe? Ninguno lo podría precisar porque en el trayecto entre vidas habían tenido que olvidar, sin embargo, algo había latente que los llamaba desde lejos con una fuerza que superaba a la normal.

—Para ti esto es lo habitual… Conocer a alguien, jugar...—dejaba caer desconfiada. Él sonreía ocultando lo que ella era para él en realidad.

Y juntos en voz baja se quitaban sus disfraces. Compartían canciones, momentos, secretos y lugares. A los que él querría llevarla, a los que ella soñaba con que la llevasen. Y se sentían el uno al otro sin tocarse, conscientes de que un simple roce podría hacer que todo se incendiase.

La vida les había pasado en un instante. Cada uno había hecho la guerra por su parte. Ella cargando con un pasado que le había robado antes de tiempo a alguien importante, él, domesticando a sus demonios privados, esos que de un tiempo a esta parte habían dejado de ser viles, para convertirse en salvajes entrañables.

Y mirándose a los ojos, preguntándose cosas, el tiempo pasaba volando, mientras ajenos a las miradas que levantaban , tendían puentes de luz que ya jamás llegarían a derrumbarse.

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Si toda la materia surgió de un mismo punto del Universo en un mismo e infinitesimal instante. Si cada una de las partículas que nos forman estuvieron unidas y formando parte de un Todo, es imposible que algunos no estemos conectados de un modo especial.

—Tu corazón y el mío, quizás están hechos de dos átomos que vibraban abrazados el uno al otro el instante antes del Big Bang —le decía él tratando de disimular lo que sentía en realidad—. Puede que por eso se alegre cada vez que te ve llegar…

Y ella le golpeaba en el hombro fingiendo que no veía más allá de sus palabras y de lo que él quería insinuar.

Nos peleamos en público, pero nos escondemos para amar.

Es curiosa la dualidad de la humanidad.  Lo es de verdad.

Sobre un mapa pintamos fronteras que jamás existirán y creemos que eso basta para delimitar un desierto que nunca deja de emigrar. Porque el desierto se mueve ajeno a su voluntad. Lo hace mecido por vientos que solo los Touareg saben pronunciar. El desierto y el mar son como el amor. Carecen de raciocinio. Se mueven guiados por fuerzas que trascienden a la voluntad. La luna afecta a las mareas del mismo modo que afecta al amor en la forma que miramos a quien amamos de verdad.

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—¿Qué es el amor? —le preguntó ella una noche y él no dudó un instante en contestar.

—El amor es libertad. El amor carece de fronteras. No le puedes prohibir a alguien que te ame. Simplemente lo hará. —Lo dijo mirándola a los ojos—. Te irás a otra parte, volverás a tu realidad y, sin embargo, esa persona que te quiere, no te dejará de amar. El amor no está atado por las leyes de la física. Es libertad.

Y ella, queriendo evitar el peso de lo que le decía, respondía para disimular.

—Llévame a bailar.

Lo hermoso de la vida es su dualidad. Es sencilla y a la vez complicada. Es hermosa y a la vez letal. Es perfectamente imperfecta. Es bondadosa y al instante siguiente pura maldad. Es eterna y a la vez, frugal. Comprender esa dualidad, saber jugar con ella, es lo que hace que aprendamos a movernos en el tablero de la partida de la vida. Hay muchas cosas que importan, pero muy pocas verdaderamente importantes. Saber distinguirlas, saber en cuales volcar tu tiempo y tu energía, es la clave para no desperdiciarte.

—Que me haga vibrar. Que lo sienta. Que convierta los momentos cotidianos en auténticos. Que me estremezca sin tocarme —le decía ella otra noche en uno de sus escondites en mitad de cualquier parte —. Que entienda quien soy, y sepa completarme.

El niño que se convierte en hombre escucha a una mujer cuando habla y sabe callarse. El hombre que nunca deja de ser niño, mira con ojos llenos de ilusión a la mujer que no deja de impactarle.

Él la contemplaba sabiendo que el tiempo corría en su contra y estaba próximo a agotarse.

En 1945, con Japón casi rendido, las Fuerzas Aéreas Imperiales de Hiro Ito, apenas contaban con medios materiales. El código de honor del emperador le impedía rendirse ante las fuerzas aliadas, de ahí que acorralado y sin más recursos militares disponibles, decidiese tomar la decisión más desesperada. Los pilotos destinados en los portaaviones subirían a sus cazas, agotarían sus bombas descargándolas sobre los objetivos elegidos y después, en lugar de regresar, se lanzarían con sus aviones contra los barcos enemigos más importantes.

A esos pilotos los bautizaron de una forma curiosa; viento divino.  Kamikazes.

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Voluntarios se presentaron centenares de pilotos para esas últimas misiones. Escribieron cartas a sus familias y no eran cartas de tristeza, sino de amor. Cartas llenas de gratitud, pues iban a entregar sus vidas por un ideal superior. Su Emperador, un ser casi divino le había pedido que entregasen su vida por Japón, y ellos lo harían sin dudarlo porque el amor que sentían era lo más grande.

Amor indomable.

Explícale al amor qué es un reloj. Trata de hacerle comprender que son las noches y los días. Él te dirá que los días son para vivirlos y las noches para soñarte. Trata de que comprenda el concepto de que alguien se marche. El amor te responderá que las distancias solo afectan a los cuerpos y él al no estar limitado por un cuerpo, es libre de moverse y cruzar continentes para abrazarte.

El amor es un niño lleno de ilusión. El amor es la fuerza más grande de la naturaleza. Es el motivo por el que pintábamos en cuevas y por el que se componen canciones. El amor conseguirá salvar a la humanidad en su último instante. El amor, aun sabiendo que sentirá dolor, avanza hacia adelante sin importarle las cicatrices que vayan a causarle.

El amor no tiene miedo, pues el amor, el verdadero, es un puto kamikaze.

Y sabiendo todo eso, y habiéndose confesado noche tras noche, allí, en su última puesta de sol el día antes de que ella se marchase, sentado tras ella, abrazándola, se lo susurró para que nunca lo olvidase.

—Si todo tu plan falla. Si tu mundo cambia, si se derrumban las promesas o desfalleces y no puedes más. Si te quedas sin fuerzas o te pierdes rumbo a ninguna parte... Llámame— le dijo sonriendo tratando de fingir que no iba a llorar—...

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Estés donde estés, iré a buscarte.

 
 
 

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