Volver a verlos
- Ramón Otero

- 22 ene 2024
- 6 Min. de lectura

—Pídeme un deseo.
Solo dijo eso. Sentado ante mí, el único con el Poder de concedérmelo.
Y yo repasé mi vida. Reviví cada momento. Volví a instantes que pude cambiar. A momentos que me definieron. Regresé a un centenar de derrotas y a los lugares en que amores lejanos me partieron. Sentí de nuevo en mi rostro el calor de inmensos incendios. Estuve a punto de ahogarme otra vez en aquella riada en la que otros murieron, y sonreí al verme en mitad de la noche del desierto.
Todo eso en un instante. Todo eso, en mi último instante, ante el Creador Supremo.
La vida es como un día. Te levantas por la mañana. Te vistes, vas al trabajo en metro. Conoces gente. Trabajas, comes algo y te ríes de los chistes de algún compañero. Por la tarde haces deporte, o tomas algo, y cuando llega la noche, te quitas la ropa que has usado, la echas a lavar, te duchas y te metes en cama para dormir y despertar de nuevo.
Y al día siguiente, otro comienzo.

Lo que escribe sobre las teclas de mi ordenador es un traje que llevo puesto. La esencia que tiene algo que contarte, sin embargo no está aquí, en la ría de Vigo, sino lejos.
Puede que mi Yo verdadero se encuentre en la otra punta del Universo.
Puede que de algún modo, nuestra Alma pueda estar a la vez en varios cuerpos. Su pureza puede que sea tan poderosa e intensa, que no conozca de banalidades como el espacio y el tiempo.
Quizás, lo que tocamos, besamos y vemos, son solo avatares que utilizamos durante un tiempo. Igual que te vistes cada mañana, cuando llegas aquí ocupas un “traje” de carne, piel y hueso. Cuando todo termina te liberas de ese traje, y te acuestas para dormir y despertar al otro lado de nuevo.
Se desprecia el envoltorio, lo que realmente importa, es lo que va dentro.
Pero yo no estoy nada seguro de esto. Puede que sea lo que quiero creer porque en el fondo, aunque no soy consciente, tengo miedo. No temo a la muerte. Llegará cuando tenga que llegar. La he rozado un par de veces con la yema de los dedos y por ello soy consciente de que hace años que vivo en tiempo de descuento. Por ese mismo motivo no me planteo nada a demasiado largo plazo, aprovecho cada momento y vivo conforme a mis propias reglas; bajo mi propio credo. Sin embargo, soy hombre y como tal, tengo miedo.
Y no es la muerte uno de mis miedos, sino algo peor; morir antes de tiempo.
Dijo Ayrton Senna unos meses antes de fallecer «Tengo mucho que hacer, mucho que aprender, mucho que vivir y siento que no me queda mucho tiempo». Algo intuía aquel genio al que siendo niño, recuerdo haber visto en directo tomar por última vez aquella maldita curva de Tamburello.
A eso tenía miedo Ayrton, a morir antes de tiempo.

En el Mediterráneo hay tiburones blancos. Más de los que crees, solo que no se publicita por temor a que el turismo se venga a pique por miedo. Siempre se había creído que el Tiburón Blanco jamás dejaba de nadar, de lo contrario, el agua no pasaría por sus branquias y no podría respirar. Años atrás, sin embargo, un grupo de buceadores encontró cerca de una cueva en pleno mar Mediterráneo, un “Gran Blanco” durmiendo. El tiburón estaba colocado en la entrada de una cueva por la que circulaba el agua en una corriente continua. Sin necesidad de moverse, la corriente marina atravesaba sus branquias permitiéndole respirar. El Tiburón Blanco había encontrado un lugar donde echar una “siesta” sin necesidad de permanecer constantemente en movimiento.
Hay personas que somos como esos Blancos, necesitamos movimiento. Somos inconformista, inquietas intelectual y espiritualmente. Necesitamos respuestas a las preguntas que llevamos dentro y cuando las respondemos, otras surgen en su lugar para que preguntemos de nuevo. Buscamos desafíos, viajes y sobre todo conocimiento.
Del mismo modo que cuando tenemos sed bebemos, nuestra esencia también tiene sed de conocimientos. «Busca. Lee. Subraya. Escribe algo bueno» Hace años que alguien, desde algún lugar del Universo me grita eso. «¿Para qué?» respondo yo a veces. «¿Qué sentido tiene cultivarse, aprender y buscar la Verdad en un mundo en decadencia en el que todo vale y al que no le veo remedio?»
Entonces recuerdo el motivo y en mitad de la noche alzo la vista y a lo lejos veo la luz de tu fuego. Y veo que estás leyendo y recuerdo que por más que estemos aislados y nos sintamos solos, en tiempos de oscuridad, elegimos el bando difícil. Somos guerreros.
Los guerreros nos movemos, buscamos, mejoramos nuestro arco y tomamos notas de todo lo que vemos. Por más que el bosque esté ardiendo a nuestro alrededor, algún día se habrá apagado el fuego, y de las cenizas, resurgirá un bosque nuevo. Y quién sabe, quizás los de ambos bandos se hayan terminado matando entre ellos y solo quedemos los del medio. Los que no somos rojos, verdes, azules ni violetas, sino negros.
Negros como la noche, pues en la noche, es cuando vemos todos los posibles lugares que podríamos estar soñando con alcanzar, si no hubiera política ni religiones de por medio.
«Solíamos ver el cielo y nos preguntábamos cuál era nuestro lugar en las estrellas, ahora solo miramos hacia abajo y nos preocupamos por nuestro lugar en la tierra». Lo decía Cooper en Insterstellar.
Ojalá estemos todavía a tiempo de evitar que el bosque se consuma por el fuego.

Morir antes de tiempo. El miedo de Ayrton y el mío en concreto.
Conozco a muchos que se han ido antes de tiempo. Personas cercanas y otras menos. Hay un fenómeno curioso que vincula la tecnología con la muerte pasando a través de nuestros recuerdos. Cuando alguien a quien querías fallece, le lloras y mientras lo haces, buscas sus fotos en tu teléfono.
La muerte llega de improviso y te roba el derecho de poder volver a verlo.
Entonces descubres que tienes muchas menos fotos de esa persona de las que creías. Recuerdas momentos porque todavía están cercanos y piensas que encontrarás la foto ideal, pero no está. Apenas tienes unas cuantas y no puedes creerlo. Porque no podrás hacer más.
Me sucedió antes y me ha sucedido de nuevo.
Anoche saqué a Lúa a pasear. Esta mañana, ella se ha ido antes de tiempo.
Es la criatura más llena de amor que he conocido jamás. Nunca he llorado tanto por nadie y no creo que lo haga de nuevo. Era un miembro más de la familia. Una aventurera que amaba la playa y las olas del mar. Daba igual que hiciese calor, lluvia, granizo o viento; Lúa, te acompañaría hasta el Infierno.
Con ella se ha ido un 25% de nuestra pequeña familia y una gran parte del amor que había en nuestro hogar. Era la eterna cachorra que solo quería jugar. Saludaba a todo el mundo, tenía amigos humanos y peludos y jamás tuvo un gruñido o un mal gesto.
Era Amor. Solo eso. Amor del bueno.

Cuando me puse a buscar fotos suyas en mi teléfono, creí que tendría bastantes, pero encontré muchas menos. Daba por supuesto que Lúa estaría con nosotros mucho más tiempo, por eso no le hacía fotos a cada momento. Con apenas tres años, creí que podría superar sus ataques epilépticos, pero no pudo hacerlo. Murió en su casa, abrazada por esa que tanto la quería y a quien ella acompañaba siempre mientras estaba embarazada en sus largos paseos. Murió acompañada sí, pero murió antes de tiempo.

Tengo cientos de defectos. La vida que me queda quiero ser para mi hijo un ejemplo. Antes he sido muchas cosas que no volveré a ser, a excepción de que el mundo me empuje a serlo de nuevo. No creo en el cielo y me importa un bledo ir al Infierno, pero si una cosa quiero, es que cuando el día acabe y me toque dejar este traje para cruzar al otro lado, espero encontrarme ante el “Creador” para pedirle ese deseo.
Quiero correr a tu lado en la playa. Quiero tirarte palos al agua. Quiero ver amanecer en las rocas y las puestas de sol a tu lado. Quiero tumbarme sobre tu pecho y que chupes mi mano. Quiero que vengas corriendo a recibirme cuando me veas y quiero que no tengamos que separarnos de nuevo.
Que el fin de mis días sea una playa con un atardecer perpetuo. Que en ella me encuentre a todas las personas que haya amado, sobre todo, a las que se fueron antes de tiempo…
Y que estés tú, querida Lúa.
Siempre, siempre, te recordaremos.
Tu familia y yo. Te queremos.

—Pídeme un deseo.
Y ella ante el Creador. Sonrió con el corazón henchido de amor y respondió.
—A mi familia...
Quiero volver a verlos.









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