Sigo recordándote
- Ramón Otero

- 24 jul 2023
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 25 jul 2023

Todo hombre que se precie, al menos una vez en su vida debe convertirse en náufrago de una tormenta. Todo hombre que se precie, debe ser una vez en su vida, víctima de una criatura única que le arranque la piel a tiras y lo arroje al pozo de su existencia.
Así llegué yo a ti. Hecho trizas. Hecho una puta mierda.
Era el resultado de lo que hasta entonces consideraba un amor no correspondido. El Tiempo me hizo ver que no fui más que capricho pasajero de una niña mimada, a la que me enganché por el placer que escondía entre sus piernas.
Me sacó el jugo. Exprimió mi esencia. Me hizo dejar de lado los vicios que tanto la atraían y cuando se aburrió de su nueva mascota, me cambió por una mayor, con menos pelo, ningún carisma, pero una gran cartera.
Despojado de lo que creí que eran sentimientos, vagué un tiempo de bareto en bareto. Elegí estar solo durante un año, y no juntarme con cualquiera.
Abrazando una botella, noche tras noche, hice amistad con un tipo anciano de barba gris y pobladas cejas. Sus ojos eran castaños, como los míos. Sus manos, estaban cubiertas de manchas de la edad. Eran manos fuertes; marineras.

Nunca me dijo su nombre, pero durante todos aquellos momentos en que nos confesamos en la barra de un bar, sus conocimientos sobre lo que era la vida, echaron el ancla en mi propia esencia.
—Si algún día encuentro una mujer… ¿Cómo sabré que es la correcta? —le pregunté una noche. Él sonrió rellenando nuestras copas de Black Label.
—Lo sabrás. De una forma muy sencilla, pero lo sabrás.
—¿Cómo?
Sonrió de nuevo, bebió un sorbo y me miró. La madera de la barra era oscura. La lluvia caía contra los cristales del bar. La noche era negra allí afuera.
—La mujer de tu vida, será la que te motive a hacerte a ti mismo las preguntas que nunca te has hecho antes, no la que busque tus respuestas.
—¿Qué preguntas son esas?
—Llegado el momento lo sabrás… —golpeó mi mano con la suya y me sonrió como ocultándome la verdadera respuesta.
Lo vi ponerse en pie y caminar hasta la puerta. Se subió el cuello del abrigo, y comenzó a caminar bajo la lluvia por la acera.
Entonces llegaste tú. Tu piel pálida, tu fuerza innata y tu trenza. De cuerpo ágil, mirada felina y dientes del color de la luna llena.

La primera noche fue el alcohol. Yo no di la talla y tú te quedaste a medias. Pensé que no repetiríamos, pero volvimos a encontrarnos y acabamos en mi casa. Mis sábanas ya no olían a ella.
Viéndote desnuda en mi cama, siguiendo la constelación de lunares de tu espalda, supe que ahora sería tu olor el que quería que se quedara en mi almohada.
Deshiciste nudos que seguían en mi interior sin que yo me percatara. Me ataste al cabecero y tomaste las riendas.
—Te convertiré en un monstruo —decías sonriendo con malicia mientras me torturabas de placer con tus manos…tu boca, tu lengua — Lo serás para todas las que vengan.
—Yo no quiero que venga ninguna más…
—¿Qué quieres entonces? —preguntabas poniendo tu cara a centímetros de la mía mientras te deslizabas en mi interior —¿Qué quieres? —insistías viéndome sufrir.
—Ya sabes la respuesta.
—Quiero que me la digas… —susurrabas. Y me soltabas una bofetada que me partía el labio inferior. Entonces te inclinabas sobre mí y probabas mi sangre montándome al ritmo de aquella canción cuya letra jamás se fue de mi cabeza.
Pero yo no decía nada. Yo callaba, mirándote mientras terminabas, con los ojos encendidos y la sonrisa plena.
—Te romperé el alma cuando me vaya… —me dijiste una noche tumbada sobre mi pecho.
—Lo sé.
Te incorporaste de lado para mirarme.
—Y a pesar de todo… ¿quieres seguir con esto? —Sonreí asintiendo —. ¿Por qué? ¿Por qué hacerlo si sabes que te va a doler?
—Porque haces que me pregunte cosas…
Esa fue mi respuesta. Y así era.
Cada noche, mientras tú dormías, yo me preguntaba cosas para las que no tenía respuestas.
Abrí habitaciones de mi interior que llevaban toda una vida cerradas. Lo hice por el mero hecho de que necesitaba conocerme a mí mismo como nunca antes. Todo para estar a la altura de lo que tú eras. Una mujer segura de sí misma que se regía por sus propias reglas. No había en tu boca discursos ni ideas ajenas. Erais tu mundo y tú, y yo, para ser parte de él, necesitaba convertirme en el hombre que todavía no era.
Sólo era un chico consciente de que escalaba un acantilado a mil metros sobre el mar, sin cuerdas. La caída era inminente. La muerte, certera. La única pregunta, era hasta dónde me dejarías llegar antes de destrozarme como nunca me habían destrozado antes.

Por las noches comencé a doblegarte. Comprendí de dónde surgía tu placer y supe arrancártelo de la piel, en oleadas intensas. Por momentos conseguía dominarte. Aprendí a manejar las cuerdas para atarte. A veces me mordías, así que tenía que amordazarte. Me buscabas para besarme y yo te lo negaba cogiéndote del cuello. Eso inflamaba todavía más tus ganas y te liberabas antes.
En esos momentos éramos volcánicos, pero teníamos nuestra otra parte. A veces nos escapábamos a lugares tranquilos para contemplar el cielo.
—Después de esto… —me dijiste una noche acurrucada sobre mi hombro mientras contemplábamos estrellas fugaces —Nunca volverás a ser el de antes…
—¿Por qué siempre hablas de cuando esto acabe? — me miraste con tristeza y te encogiste de hombros — Esto no tiene porque acabar, nena. Te quiero como no he querido a nadie antes.
—Lo sé…
—Entonces… ¿por qué insistes en que acabe?
Una lágrima de San Lorenzo cruzó el cielo. Otra lágrima recorrió tu mejilla, y no llegó a tus labios porque yo la besé antes. Me miraste.
—Nada bueno en mi vida ha llegado para quedarse…
—Esta vez sí… Podemos hacerlo. Estamos juntos en esto.
Pero negaste con la cabeza y te recompusiste en un instante. Volviste a ser la misma salvaje de la que había tenido que enamorarme.
—Prefiero irme convertida en leyenda, antes que quedarme demasiado tiempo, y que termines por odiarme. —Te miré sin entender nada —. Además, mi trabajo contigo está a punto de terminar. Ya eres un hombre. Nada que ver con el chico de antes.
Y era cierto. Habías pulido partes de mi esencia y a fuerza de sostenerme al acantilado resbaladizo de tu amor, me había curtido bastante.
De ti aprendí a escuchar a una mujer. Aprendí a ser paciente, buen amante y capaz de entender que a veces, las mejores cosas de tu vida, del mismo modo que entran, salen.
En silencio. Dejando una nota breve. Así fue como te marchaste.
“Ninguna otra será capaz de domarte. De ahora en adelante, tú serás el salvaje. Aunque no lo creas, voy a extrañarte.”
Y nada más.
Tu olor en mis sábanas. El recuerdo de tu sonrisa y unas terribles ganas de llorarte. Eso fue lo que me dejaste.
Pero el tiempo pasó, y cuando las aguas se calmaron, descubrí que ahora era mejor. Había paz en mi interior. Había serenidad y una empatía mayor. Pasaron meses antes de que volviese a rozarme con alguien. Al principio sentí rechazo a los cuerpos ajenos. Después, fui capaz de encontrar el placer sincero y pasé años utilizándolo para alimentarme.
Escuchaba, aprendía, hacía el amor y después, era yo quien terminaba por marcharse.
Y tú, convertida en leyenda, seguías presente en cada instante.

Supiste hacerlo, ¿verdad? Supiste marcar una huella largándote en el mejor momento. Ahora lo entiendo; y te lo agradezco.
Toda mujer que se precie, debe ser maestra de un hombre en algún momento. Toda mujer que se precie, debe tener al menos un tótem en su vida. Alguien a quien ha creado a su antojo, para después abandonarlo y que este se curta en la calle.
Las mujeres legendarias, crean hombres que valen.
Y mi vida pasó en un suspiro y cada noche, por más que me duela, sigo recordándote.
Esta noche, en la barra del bar que frecuento, un chico se me ha acercado para preguntarme algo. “Si algún día encuentro una mujer… ¿Cómo sabré que es la correcta?”. Sonreí antes de responderle. Podría contarle más de lo que le cuento, pero debo dejar que la vida sea quien le muestre su propio camino. El Tiempo y tú, todavía tenéis que cincelarle.

Salgo del bar y llueve con fuerza. Es una noche sin luna, el cielo está negro. Me subo el cuello del abrigo y siento que él me observa desde dentro. Yo camino mirando al suelo bajo la lluvia, pensando que ha pasado toda una vida, y a pesar de ello...
Sigo recordándote.









Comentarios