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Será hermosa, pero dolerá.

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—Dime, ¿hasta dónde quieres llegar? —le preguntó.

—Al origen de todo. A dónde todo comienza y no hay nada más— respondió ella. En su interior había miedo, pero su mirada lo cubría con serenidad.

—¿Qué es lo primero que recuerdas?

Y ante la hoguera, junto a la bruja que le iba a descubrir su verdadero potencial, la niña recordó y respondió con sinceridad.

—Recuerdo la lluvia, y también el mar. Recuerdo el tacto de las manos de mi abuela y verla cosiendo junto a la ventana, sonriendo mientras me miraba y me cantaba canciones que jamás he podido olvidar.

—¿Qué más?

—Recuerdo el dolor de perder algo que supe que jamás podría recuperar.

—¿Era algo importante?

—Era lo más importante. Era alguien que nunca he dejado de amar…

Las chispas brotaban de la hoguera. Sus ojos oscuros brillaban al recordar.

—Esa cicatriz, la de tu pecho… por ella brotará toda tu fuerza; tu vitalidad.

—¿Alguna vez sanará?

—Jamás. Tu mayor fortaleza para el resto de tus días, será aquel dolor que un día creíste tu debilidad. Aquello que más viva te hará sentir, es lo que un día te hizo llorar — dijo viendo como las lágrimas resbalaban por sus mejillas—. Ahora dime, ¿qué ansías de verdad?

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Para algunas personas, el pasado es una carga que deben arrastrar. Para otras, una marca de la que nunca se podrán librar. El futuro, sin embargo, es algo que pocas veces se puede proyectar.

Somos navegantes en medio de un mar que a veces se convierte en tempestad. El oleaje nos arroja contra las rocas de un acantilado, y ahí es cuando debemos despertar. Coger el timón, saber que es todo o nada. Que nadie vendrá a salvarnos y que, si nos dejamos ir, todo llegará al final.

La niña había sobrevivido al dolor, se había rehecho a sí misma y solo ahora era capaz de apreciar el camino recorrido y la belleza de esas cicatrices que no se irían jamás. Todavía lloraba cuando una débil sonrisa asomó a su rostro. La bruja exigía sinceridad. Solo a cambio de ella, le entregaría el poder que había ido a buscar.

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—Quiero ser libre. Quiero tener hambre de vida por siempre. Quiero leer libros que nunca he leído, quiero bañarme desnuda bajo el sol en playas vírgenes y sentir sobre mi piel la sal. Quiero volver a ver personas de las que nunca me he olvidado, quiero coger su mano y recordar. Quiero puestas de sol, quiero alguien que bese las marcas de mi piel y que me haga las preguntas que nadie se ha atrevido a formular. Quiero expandirme más allá de mi cuerpo, quiero sentir que nada me limita y quiero soñar. No quiero dejar nunca de soñar… —sonrió mirando el cielo y la miró a ella añadiendo algo más—. Quiero alguien que me mire a los ojos y me cuente qué es la vida sin necesidad de hablar.

La bruja asintió en silencio y cogió un cuenco que había dejado calentándose junto al fuego. En su interior un brebaje de color verdoso comenzaba a burbujear. Lo removió, de sus mangas sacó especias que vertió sobre él y removió una vez más. Lo separó del fuego para que enfriase y la miró. El ritual estaba próximo a terminar.

—¿Qué precio estás dispuesta a pagar?

—Pondré en lo que me quede de vida toda mi voluntad. Ni una pizca de tu magia, conmigo se desperdiciará.

La bruja asintió.

—¿Te darás por vencida?

—Jamás.

Le pasó el cuenco dándole a probar, y mientras ella bebía comenzó a hablar.

—Serás alta y hermosa. A tu nombre harás honor, pero jamás dejarás de luchar. Los hombres te buscarán. Las mujeres te envidiarán. Nada te será regalado y llorarás. Tu corazón estará henchido y muchas veces, la vida te doblegará. Querrás rendirte, de veras que lo querrás, pero en tu peor momento, encontrarás una fuerza que te llenará. Será luz y amor. Será la redención y el saber que todo sucede por un motivo que a veces tardamos una vida en encontrar. Serás amada y amarás. Romperás en pedazos voluntades, corazones y armaduras por igual. Lo harás buscándote a ti misma, pues el hambre de vivir y de aprender, tal y como deseas, jamás te abandonará.

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La niña bebió del cuenco y al momento comenzó a sentir que su cuerpo era liviano y la vez pesado. El fuego de la hoguera pareció crepitar en colores violáceos, amarillos y rojizos, y sobre ella, el cielo cubierto de estrellas comenzó a danzar.

—Antes de entregarte tu poder, me lo debes contestar… —susurró la bruja—. ¿Prometes no dejar de luchar?

—Prometo.

—¿Prometes que usarás tu don para el bien y nunca para el mal?

—Prometo.

—Y por último, ¿prometes hacer de tu vida algo memorable que se deba recordar?

—Tres veces prometo —contestó sintiendo un ligero malestar.

—Que este cielo sea testigo. Grabadas en tu piel quedarán las constelaciones bajo las que tus promesas acabas de pronunciar.

Decenas de lunarcitos surgieron por sus brazos y su espalda formando la constelación de la Osa Mayor, Acuario, Orión, el Can…

—¿Cuál será mi poder? —preguntó mareada sintiendo que no podía más.

—Como tus ancestros, tejedora serás.

Cogió sus manos esbeltas y femeninas y las colocó sobre la hoguera. Ella vio hilos hasta entonces invisibles brotar de la punta de sus dedos. Eran hilos casi transparentes que se proyectaban hacia lo alto perdiéndose en la oscuridad.

—Son los hilos de la voluntad de los hombres. Tú, de ahora en adelante, los tejerás a tu voluntad. —La joven cayó medio inconsciente escuchando de fondo aquellas palabras cada vez más lejanas —. Crearás sueños en los hombres o los robarás. Lo harás cuando yazcan en tu cama, perdidos en el amor que les quieras entregar. Serás capaz de destronar reyes y a nada temerás. Encontrarás amigos y rivales de otras vidas. A unos los reconocerás enseguida, a otros te costará más. Se tenaz, valiente y atrevida. No temas lo que te ofrezca el destino, y pase lo que pase, pequeña, nunca dejes de luchar.

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—Nunca… —murmuró mientras sus ojos se cerraban.

—En el hombro llevarás mi marca. La de aquellas que fuimos purificadas por el fuego en vidas que quedan lejos ya. Si alguna vez debo buscarte, con esa marca, te sabré identificar.

—¿Dolerá la vida? —preguntó con su último aliento. Sus ojos se cerraron y se sumió en sus sueños y en la oscuridad.

La bruja sonrió con tristeza arropándola con una manta hecha de retales de todos los colores. Se puso en pie contemplándola una última vez y sobre el cielo cruzó una estrella fugaz. Su trabajo estaba hecho. De ahora en adelante, aquella niña forjaría su propia historia y despertaría, o no, su verdadero potencial.

Y adentrándose en la noche, perdiéndose en las sombras de aquella hoguera, le susurró una verdad universal. Aquello en lo que se basa todo. El equilibrio dentro del caos. El sentido del azar. El saber que el único que verdaderamente encuentra, es aquel que jamás ha tratado de buscar. Es lo que aprendí en todas mis vidas pasadas, eso que por más veces que muera y nazca, ya nunca dejo de olvidar.

—Dolerá, mi niña. Será hermosa, pero dolerá.

 
 
 

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