Gánatela
- Ramón Otero

- 13 jun 2023
- 6 Min. de lectura

Era olvidarme de ti, o amarte hasta morir. Y elegí morir.
A veces la vida te pone ante situaciones así. Momentos difíciles. Situaciones claves en las que tienes que elegir.
—Salvar tu vida, o tu alma — dijo el Diablo agachado junto a mí.
Mi cuerpo yacía sobre el asfalto. La motocicleta estaba destrozada, igual que mis huesos. Sentía mi respiración agitada, era incapaz de moverme. Mi mano derecha estaba casi amputada, veía el hueso asomar. Era consciente de que tenía la columna quebrada.
La carretera ardía en aquel desierto en mitad de ninguna parte. Sabía que nadie vendría a ayudarme, por eso apareció Él. Para darme una oportunidad. Para hacerme chantaje.
Morir allí o salvarme entregándole mi alma. Ambas opciones estaban igual de envenenadas.
—…morir… —gemí con dificultad —. No quiero morir.
Y él sonrió.
—Entonces, Lázaro, levántate y anda.
Y reconstruyó mis huesos, y mis pulmones maltrechos y me devolvió la vida y yo me incorporé sintiéndome fuerte y ligero. Con la vitalidad que no había tenido nunca me puse en pie y contemplé la Triumph destrozada. La había robado un par de semanas atrás y sin embargo ya le había cogido cariño.
—¿Qué he de hacer? —le pregunté al Diablo.
—Lo sabrás llegado el momento — y sin más, se fue de allí.
Los primeros días caminé por mi vida pensando que en cualquier momento, ante cualquier situación, el Diablo se me fuese a aparecer y pudiese revertir aquello que había hecho para permitirme vivir.
—¿Qué cojones te pasa? —me preguntó Frank, el dueño del strip club en el que bebía cada noche hasta altas horas de la madrugada — Parece que hubieras visto un fantasma.
Había visto al Diablo sí. Me había devuelto la vida, pero aquello no fue nada, pues esa misma noche te vi a ti.

Ojos azules, piel pálida. Labios suaves y dientes de nacar. Perdido en la oscuridad de aquel tugurio me sentí ínfimo al verte bailar. A mi alrededor otros cincuenta buscavidas con una pistola o una navaja en el bolsillo de atrás del pantalón, buscando un próximo trabajo que fuese mal, pero que al menos nos diese algo de esperanza.
—Es un ángel —susurró Ginna, la mujer de Frank, mientras limpiaba la mesa y me ponía delante otra cerveza —. Por una chica como ella, hasta tú sentarías la cabeza.
La miré cuando lo dijo y ella se alejó con una sonrisa aviesa.

Te vi bailar desnuda y sentí envidia de que alguien compartiese aquella noche tu cama. No sabía tu nombre, no te conocía de nada, pero quería volver a verte a ti y tus ojos del color del cielo por las mañanas.
Salí a esperarte al callejón de la parte de atrás, pero cuando llegué tú ya te montabas en un taxi rumbo a alguna parte. Las siguientes noches le pregunté a Frank por ti.
—Viene de vez en cuando. Baila, le pagamos y se marcha.
—¿Dónde vive? —pregunté.
Se encogió de hombros.
—No tiene teléfono, ni dirección. Cuando no está aquí es como si la tierra se la tragara.
Semanas pasaron. Un par de trabajos sencillos me surgieron por el camino. Atracos a casas. Reventar cajas fuertes, joyas y una buena cantidad de pasta. Entre prepararlos, llevarlos a cabo y desaparecer del radar para no llamar la atención pasaron un par de semanas.
Una noche volví al club de Frank. Era martes y no había casi nadie. Ginna limpiaba las mesas y de fondo, en el local sonaba Rihanna.
—El nuevo local de ahí al lado nos va a hundir… —murmuraba Ginna.
—Eso no le pasará nunca a tu local Ginna… —respondí yo mirando la cicatriz de mi muñeca fracturada. Esa que el Diablo había sanado con tan solo unas palabras —. Tu local tiene algo que le falta al resto de esta ciudad.
Alguien se sentó en la silla frente a mí.
—¿Qué tiene? —me preguntaste. Tus ojos azules, tu piel pálida, tu sonrisa de labios rojos y tu aura…
—Tiene alma… —contesté dudando.
Asentiste, agachaste la mirada y un escalofrío me recorrió la columna de nuevo cuando pronunciaste aquellas palabras.
—Ya casi nada en este mundo tiene alma.
El local estaba en penumbras, tú me mirabas y de fondo, por si no te lo he dicho, sonaba Rihanna.
Aquella noche mi vida trascendió. Aquella noche, comprendí que dentro llevaba cosas que llevaban décadas aletargadas. Tu forma serena de hablarme, los gestos suaves de tus manos y tu mirada, despertó áreas de mi ser que jamás habían sido motivadas.
—¿Qué has hecho bien en tu vida? —me preguntaste, y yo me encogí de hombros agachando con vergüenza la mirada.
Sabía robar coches, pegar palizas, sabía darme a la fuga de la policía y apuñalar con una navaja. Sabía a qué olía un calabozo y sabía que el Diablo había comprado mi alma, pero nada de aquello servía para impresionarte, por eso no dije nada. Por eso fui sincero. De ahí mis palabras.
—Creo que no he hecho nada bien en mi vida.
Y por cómo me miraste, supe que habías captado el dolor en mis palabras.
—Tal vez va siendo hora de que lo hagas.
Jamás había hecho nada para merecerme aquello. Había vivido en pecado en todo momento. Rozando el límite de lo indebido con la yema de los dedos. Infringido normas, cometido delitos y huido de cualquier tipo de mandamiento, y sin embargo, allí estaba. El Diablo me había salvado la vida y ahora tú me abrías la puerta al hermoso patio interior de tu intimidad.
No podía creerlo.
Y me llevaste a tu pequeño apartamento. Y tu gata salió de la habitación cuando comenzamos a hacer el amor. Y la luna se asomó por la ventana y con su luz, resaltó todavía más tus pezones rosados y tu piel pálida.

Sentada sobre mí, cogiste entre tus manos mi cara y viste el miedo en mi mirada.
—Ahora estás aquí. Dentro de mí… —gemiste —. No pienses en el mañana.
—No hay mañana… —respondí yo.
—Eso es… —susurraste apretándome contra tu pecho y cabalgándome hasta el alba —. No hay mañana.
Durante horas me hiciste el amor. Nos sentimos, nos duchamos, comimos fruta desnudos y vimos como la luna se ocultaba tras nubes negras antes de escuchar la lluvia repiquetear contra la ventana.
—¿Dónde estabas? —pregunté —. Todo este tiempo… ¿Dónde estabas?
—¿Me buscabas? —preguntaste con una sonrisa retorcida mientras un pezón asomaba bajo la sábana.
—Las mejores cosas de la vida nos las encontramos. Nunca he buscado nada.
—Eso es cierto —contestaste —Pero tú has pagado el precio…
Sentí el calor. Mi cuerpo sudaba. Quería volver a acariciarte. Besarte. Te tenía cerca, pero no podía tocarte.
—¿Qué precio? —me mareaba.
Tus ojos azules me escrutaron y frunciste el ceño extrañada.
—El que pagaste por llegar aquí…
—¿Cuál? —Trataba de extender mi mano hacia ti en la oscuridad de tu dormitorio, pero no te tocaba.
—El de tu alma.
Y con fuerza, sentí como algo me arrastraba hacia atrás lejos de ti, de aquella noche y de tu cama. Y aparecí en aquella carretera de nuevo, y sentí mis huesos astillados y mi columna fracturada.
—Entonces… —me sonrió el Diablo —. ¿Sabes ya lo que quieres?
Todavía no le había dado una respuesta. Todo había sido un sueño, no había contestado nada. Sin poder hablar por tener la mandíbula partida, le transmití lo que pensaba.
“¿Volveré a verla?”
—Cada mañana.
“¿Es real?”
—Tan real como este desierto —y señalando al horizonte, vi como el sol se ponía más allá del desierto, convertida en una inmensa bola naranja.
“¿Cómo sé que no me engañas?”
—No lo sabrás. Puedes morir aquí, ahora… O aceptar lo que te ofrezco y confiar en mi palabra.
Gruñí con la cara pegada al asfalto.
Mi cuerpo se moría. Era ahora o nunca. Y en ese instante se me apareció tu mirada…
Asentí y él sonrió, se puso en pie, y me llamó por mi nombre.
—Entonces, Lázaro, levántate y anda.
Mis huesos crujieron reconstruyéndose. Un calor inmenso recorrió mi columna a medida que las vértebras se recolocaban. La muñeca se rehízo y mi mandíbula tomó forma de nuevo. Poco a poco me reincorporé y al ponerme en pie, me quedé mirando al Diablo.
Era un hombre cualquiera. No destacaba por nada a excepción de una cosa; la fuerza en su mirada. Una mirada que decía que era capaz de cualquier cosa que se le antojara.
La Triumph estaba ante mí intacta. Sonrió señalándomela.
—¿Y ahora qué? —pregunté deseando saber cuál era la factura que me esperaba.
—Vive sin pensar en nada. Llegado el momento… Ya haremos cuentas.
Me monté en la moto. Arranqué y el motor rugió con fuerza.
—¿Y ella? —pregunté refiriéndome a ti.
El Diablo sonrió y antes de esfumarse, me respondió con una única palabra.
Y yo me quedé a solas en aquel desierto. Contemplé la puesta de sol, metí primera y arranqué como alma que lleva el Diablo olvidándome de que hacía un momento casi me había matado por tomar una curva demasiado rápido.
Sonreí sintiendo el rugido del motor y su vibración. Una serpiente que cruzaba el asfalto se enroscó al pasar a su lado. Cactus de varios metros se alzaban sobre aquella tierra rojiza, mientras el sol anaranjado lentamente se ocultaba. Las estrellas conquistaban el Alba y a solas la Triumph y yo cruzamos como un trueno aquella carretera en la que el Diablo compró mi Alma.

Y yo, llevando en mi cabeza aquella canción de Rihanna, pensando en ti, repetí su última palabra.
—Gánatela.









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