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En la Tormenta.

Actualizado: 6 jun 2023


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Mi trabajo terminó. Había destruido el planeta. Rendido, y con el alma desierta, me senté frente al mar, en la arena y contemplé la última puesta de sol. No habría ninguna más después de aquella.

El mundo era tempestad. Los jinetes del apocalipsis cabalgaban impunemente por la tierra a lomos de sus bestias.

La Guerra, tenía bajo su dominio tres cuartas partes de la Tierra. Había luchas en los seis continentes, pues ni siquiera la Antártida se libraba de ella. Se libraban guerras por los países, pero también en las calles y los hogares. Eran guerras frías sin armas, pero con palabras y sentimientos llenos de contundencia. La gente temía amarse, pero amaba la guerra.


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El Hambre, en todas sus facetas. El hambre en África, de una niña que sobre el cadáver de su madre, en el desierto de Mauritania, trata de mamar leche de su teta. El hambre, insaciable de aquellos que gobernaban el planeta. El hambre de conocimientos y progreso, inexistente en gran parte de occidente, que se empeñaba en revolcarse en su propia mierda.

La Peste, en forma de enfermedades y pandemias que asolaban año tras año a todos los habitantes de un primer mundo en quiebra. Pandemias de las cuales no eras conscientes si ignorabas los medios de comunicación y la prensa. Pandemias de ántrax, pandemias de cólera, de sarna, de gripe, de virus extintos como la viruela y de otros patentados en laboratorio para los cuales se inventaban nuevas recetas. Pandemias de ignorancia que quebraban las ya de por sí débiles conciencias de una extinta clase media.

La Muerte, con su sonrisa templada en forma de calavera. A lomos del caballo de la ira, extendía su oscuridad segando por igual vidas y cosechas.

—¿Qué hago en este planeta? — me preguntaba yo incapaz de comprender la deriva de aquella marea.

Había despertado en aquel lugar por casualidad. Mis raíces estaban asentadas en alguna otra parte lejos del avatar de mi cuerpo. Era consciente de la dualidad que dominaba mi conciencia. Por un lado de un ser normal que caminaba en sociedad camuflándose como uno más. Por otro, la de un alma etérea que ajena al tiempo había recorrido existencias incontables acumulando experiencias.


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Experiencias que no podía concretar en forma de pensamiento. Era más bien el sentir todo de golpe, en un mismo latido, pero a la vez siendo capaz de reconocer cada pincelada en ello. El amor por el detalle más pequeño. La sabiduría de alguien viejo. La ilusión del joven. La profundidad de un océano en mi interior abrumaba al hombrecillo que era cada vez que me asomaba a los sótanos de mi conciencia. En sueños regresaba a lugares que nunca había conocido, pero de los que jamás me habría marchado.

Había personas que había amado y sentía que estaba con ellas. Todo era amor en mis sueños. Una sábana de emoción me arrullaba mientras dormía y al despertar, el relámpago de la realidad me hacía saltar de la cama preguntándome quién era.

—Vivo dos vidas en una, o una a medias.

No me interesaba nada que me ofrecieran. Cada vez estaba más lejos de todo, hasta de mí mismo y mis consecuencias. Un trabajo de mierda, viviendo en un piso de mierda. Una vida de mierda y el mundo a mi alrededor, en plena debacle mientras los jinetes del apocalipsis conquistaban la Tierra.

La peor guerra es aquella que luchas y no te enteras. Eso leí una vez y cada día lo veía allí donde fuera.

—¿Sólo yo me doy cuenta? —me preguntaba incrédulo al ver que la decadencia de tantos valores e ideas, parecía no tener consecuencias.

Poco a poco se perdieron los colores. Las sequías se combinaron con lluvias negras. El viento arrastraba las semillas y los campos quedaron inertes dejando de alimentar al planeta.

Soy Momo, arrastrándome por un planeta gris hacia una derrota certera.
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Todo fue a peor. La ignorancia, la incultura, el hambre, la peste, la guerra. Y la Muerte sonreía cabalgando a través de un desierto en tormenta.

—Haré lo que sea - me dije a mí mismo.

Y supe que la única opción era esa.

Despierto, fue consciente del poder que albergaba mi esencia. Al otro lado no había un hombrecillo común como en esta parte. Al otro lado habitaba la energía que durante toda mi vida me había impulsado a vivir sin miedo según mis reglas.

Mi cuerpo percibió la oleada de furia. Caminé hasta el desierto y sentí mis músculos tensarse y crecer con fuerza.

—¡Ayúdame! —le supliqué a mi esencia.

Desde algún lugar del Universo, mi gritó resonó con fuerza. El eco de miles de millones de almas en pena fue mi voz y mi otra mitad respondió con contundencia.

El latigazo de luz atravesó mi cuerpo. La fuerza de diez mil millones de bombas nucleares brotó de mi cuerpo cuando implosioné igual que una estrella. Billones de soles en un instante, todos surgiendo de mi interior, arrasando el planeta.


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La Muerte me sonrió una vez más, pero en sus cuencas vacías vi sorpresa. Aquella era mi jugada maestra. Destruir el planeta antes de verlo en manos de Ella.

El fuego de los millones de soles que había surgido de mí se expandió sobre los mares, los bosques y desiertos de la tierra. Y yo, rendido, desnudo y sin fuerzas, me dejé caer sobre la arena frente al mar para contemplar la última puesta de sol. Ya no habría ninguna más después de aquella. Había destruido la Tierra.


Entonces abro los ojos y me descubro durmiendo a tu espalda, abrazado a ti. Siento tu olor y el impulso primario que conlleva. Te despierto y me besas de medio lado con lengua. Te acaricio el cuello, la cara y tus tetas perfectas. Hacemos el amor en tu cama y amanece sobre la gasolinera. Afuera hay un desierto y escucho la tormenta.

—Átame… —me pides con sutileza.

Y yo lo hago, y te uso porque así es como disfrutas de forma más salvaje y honesta y mientras nos besamos cogiéndonos del cuello, siento la mirada de alguien desde la puerta.

—Fóllame… - susurras y ella sonríe, con sus cuencas vacías y su sonrisa perpetua.

—Ya es tarde… —canturrea la Muerte desde la puerta —. Es tarde para que detengas la Tormenta.

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Y mirándola a los ojos, acabo contigo y tú te liberas entre mis piernas. Y entonces me derrumbo sobre tu pecho y me duermo de nuevo. Y regreso a esa mitad de mi vida donde soy poderoso. Esa en la cual podría liberar la fuerza de mil millones de bombas nucleares si quisiera. Esa parte de mi vida que transcurre ajena a esta en la que mientras duermo sobre tu pecho, todo se derrumba ahí afuera...

...En la Tormenta.








 
 
 

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