En el mundo hay magia
- Ramón Otero

- 11 ago 2023
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 13 ago 2023

Medias de rejilla y ojos de gata. Llevabas el demonio dentro y caminabas como una colegiala.
Llegaste a mí buscando un tipo de usar y tirar.
-Quiero empotrarte contra la pared y que luego te vayas - me dijiste la primera noche que me llevaste a tu casa.
Un mes más tarde, era yo quien te ataba al cabecero de la cama.
Tu labios eran suaves, tu carácter indomable y tu uñas las únicas que han dejado surcos en mi espalda
Por entonces ya me pedías que durmiera a tu lado. Me hacías el amor y después me arrullabas sobre tu pecho contándome las historias que tu abuela te contaba.
-En el mundo hay magia- me susurrabas-. Hechizos ocultos en palabras. Cosas inexplicables y lugares de energía dónde se curan las almas.
Yo no creía en nada de eso. Pensaba que todo te lo inventabas.

Viajamos. Recorrimos juntos el Mediterráneo y en Grecia escalamos a la cumbre un volcán.
-Nunca he follado en un volcán - me dijiste mirándome con tus ojos de gata.
Escondidos en la caldera de aquel volcán dormido, lo hicimos desnudos bajo el sol sintiendo cómo la tierra nos quemaba. Tú reías, yo te agarraba con fuerza pensando que sin duda, aquella experiencia merecía ser recordada.
-Nunca te querré, Alba - te dije meses más tarde.
Era salvaje y quería mudarme. Irme a otra ciudad. Buscar otros retos y seguir metiendo experiencias en mi mochila. Lo nuestro estaba bien, pero sabría que nunca iría a más.
-¿No soy suficiente para ti?
-Lo eres. Pero no quiero atarme a nada.
Y me largué alejándome de tu cuerpo suave, tus labios de seda y tu alegría innata. Te hice daño, lo sé y durante años dudé de si había hecho lo correcto, pero en aquel momento de mi vida, nada estaba planeado. Todo se improvisaba.

Destruí planetas, me aventuré en océanos de arena y probé un millón de sabores mientras iba de aquí allá, teniendo experiencias, venciendo, fracasando y encontrando personas increíbles sin buscar nada.
Pasaron los años y cansado de ser nómada regresé a casa. Peinaba canas, tenía algunas arrugas y varias hernias en la espalda. Mis manos estaban salpicadas de manchas y algo más tatuadas.
Había cometido todos los errores que un hombre adulto puede cometer. Había dejado cuadros a medias, personas tiradas y a otras enamoradas. Había gastado todo mi dinero en conocer el mundo y vivir aventuras para que nadie me las contara.
Mi vida comenzó a ser algo más tranquila a pesar de que nunca encontré la compañera adecuada. Veinte años habían pasado desde que me habías follado en la cumbre de aquel volcán. Veinte años, y a mí me parecían nada. Y un mañana, mientras tomaba café escribiendo en mi portátil, los veinte años se hicieron añicos cuando tu voz sonó a mi espalda.
-Quiero empotrarte contra la pared y que luego te vayas.
Me giré hacia ti.
-¡Alba! -con un caramelo en la boca, sensual como siempre habías sido, sonreíste como si nada.

Allí estabas. La misma cara de ángel. El mismo olor a cachorra y los mismos ojos de gata. Ni una arruga. Ni una cana. Eras la misma colegiala con la que había roto la mesa de mi salón a base de usarla para cosas que no estaba preparada.
Reconociste la sorpresa en mi mirada.
-¿Tienes planes? -me preguntaste.
Si los tenia o no ya no lo sé. Lo único que recuerdo es salir de allí de tu mano y aparecer en tu casa.
-Habrás aprendido algo estos años...- dijiste desnuda, sentada sobre mí mientras me montabas.
Disfrutaste como ya no recordaba. Lo hiciste arañando de nuevo mi espalda. Dejándome sin energía y con ganas de recuperarme para volver a probarte.

Bebí de ti hasta la madrugada y tumbado sobre tu pecho, mientras acariciabas mi pelo, vi como amanecía por tu ventana.
-¿Cómo es posible, Alba? Estás igual, nena. Más guapa... más joven. No has envejecido nada.
Eras una fotografía de ayer, sólo que veinte años atrás.
Desnuda, con tus tetas perfectas y tu dientes del color de la luna llena, sonreíste mirándome con compasión.
-Te lo dije una vez, ¿recuerdas?
Y lo recordé.
-¿Cuál es el secreto?
Sonreíste con malicia
-¿Quieres ser inmortal? - me preguntaste como si nada mientras apartabas a un lado la tela de tu tanga - La inmortalidad hay que ganársela.

Y mis labios y mi lengua se ganaron mi derecho a conocer tus secretos.
Y mientras lo hacía y tú me cogías del pelo, recordé lo que veinte años atrás me habías susurrado en tu cama.
-En el mundo hay magia.









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