El mundo es fuego.
- Ramón Otero

- 8 jun 2023
- 5 Min. de lectura

—El mundo es fuego —me susurras.
Estamos en tu cama frente a frente. Hace horas que deberíamos estar durmiendo pero somos incapaces de dejar de decirnos lo que pensamos mientras nos comemos a besos.
Tu mente se folló a la mía a la media hora de conocernos. El resto, fue juntar nuestros cuerpos.
—El mundo es caos —te contesto —. Un caos inmenso.
Inflamaste regiones de mi vida que hace años creí que habían muerto. Bosques de conocimiento que semejaban extintos, contigo resurgieron.
Inmensos árboles de sabiduría se alzan en la noche orgullosos frente a los incendios.
—Tengo miedo de perder esto… —dices cogiendo mi mano —. Quiero quedarme siempre en este momento.
Y yo sonrío y me callo mis secretos. Secretos que conozco desde hace siglos, cuando viví otra vida en otro cuerpo. Secretos que se adelantaron a la relatividad de Einstein. Secretos que explican como podemos vivir cada instante una y otra vez las veces que queramos sin importar incluso que hayamos muerto.
—Este instante no existe — te respondo yo —. El presente es efímero. El tiempo, solamente un concepto.

Me miras frunciendo el ceño y yo te beso con los ojos abiertos. Mi boca te hace el amor de nuevo y mientras tus caderas se alzan buscando un placer honesto, te explico que somos información, únicamente eso.
—Cuando mueres… —susurro acariciándote con mis labios —. Cuando tu cuerpo muere, todo lo que has vivido, aprendido, sentido… Cada instante, cada recuerdo, sigue existiendo. La materia se descompone, la información se expande por el universo. Por eso hay que morir joven… —digo sonriendo mientras te muerdo el muslo derecho —. Para morir antes de perder nuestros recuerdos.
Amar. Vivir. Cruzar los límites que conocemos.

Nuestro deber como seres humanos es ir más allá de cualquier horizonte que atisbemos. Debemos de dejar de pensar como individuos y comenzar a ser conscientes de que formamos parte de un todo. La labor de cada uno de nosotros es mejorar en algo y colaborar en que esos horizontes estén cada vez más lejos.
Así, generación, tras generación, estos se irán expandiendo. Todo gracias al esfuerzo de cada uno de nosotros al ser conscientes de que el verdadero objetivo de nuestra especie es el progreso y como no, la búsqueda del conocimiento.
—Pero el mundo es fuego… —comentas con tristeza cuando te explico esto.
El mundo es fuego porque muchos se empeñan en quemar los bosques de sabiduría y conocimiento.
Si no sabemos de dónde venimos, si ignoramos lo que somos, si no mostramos curiosidad por saber si realmente somos algo más que un cuerpo, si no nos conocemos a nosotros mismos, cómo vamos a ser capaces de afrontar el futuro y los nuevos retos.

En eso se empeñan los que gobiernan. En confundirnos, en hacer que dudemos de nuestra propia genética y neguemos hechos probados como que sólo existen dos géneros. Puedes sentirte lo que quieras, eres libre de hacerlo, pero desde hace millones de años, el ser humano ha evolucionado gracias a que las mujeres y los hombres, se han emparentado entre ellos. No hay más que eso, pero hasta a algo tan básico y evidente como eso le prenden fuego.
Todo arde en llamas. Los libros se reescriben, las canciones se prohíben, las películas se adaptan a los nuevos tiempos y surgen problemas dónde lleva siglos sin haberlos.
Las que se proclaman como nietas de las brujas que no quemaron en la hoguera, son las que ahora provocan los incendios.
—¿Qué hacemos? —me preguntas cogiéndome del pelo y tirando de mí hacia arriba.
Me tumbo frente a ti de nuevo y sonrío consciente de que es demasiado tarde para apagar el incendio.
—Dejar que arda.
—¿Por qué?
—Porque es lo que nos merecemos.
Hace años no habría dicho eso, pero ahora lo pienso.
El ser humano se merece un correctivo severo. Si la ignorancia de unos pocos es capaz de darle la vuelta a los valores que han impulsado el progreso. Si una minoría maneja el mundo a su antojo mientras esclavizan al resto… Si para que un tercio viva bien, dos tercios deben sobrevivir sufriendo… Si para que yo pueda escribir esto hay un niño que extrae litio con sus manos del suelo… Yo, al igual que toda la sociedad que hemos construido y que ahora pervierte lo asentado, merecemos que nos devoren las llamas de este gigantesco incendio...
Y mientras tanto Notre Dame se quema y nadie se pregunta quién le prendió fuego.

Digo esto porque lo pienso, y me duele, porque el Mundo, en el fondo, podría ser un lugar terriblemente bello.
Me das la espalda y haces que te abrace mientras vemos como comienza a amanecer a través de la ventana.
—Tal vez estés en lo cierto… —dices con pena.
Sé que estoy en lo cierto.
El ser humano lleva en su genética grabado el sufrimiento. Fuimos creados como esclavos y esclavos somos, sólo que no somos conscientes de ellos.
Hace diez mil años, a nuestros antepasados se los esclavizaba para construir pirámides en el desierto, ahora trabajamos doce horas al día para volver a nuestro cubículo y soñar con lo que haremos en un futuro cada vez más incierto.
Incertidumbre, guerra, crisis, polémica, cotilleos, hambruna… Fuego. El mundo es fuego si prestas atención a los medios… Sin embargo aquí, a tu lado, sin televisión ni teléfono, sin redes sociales ni programas de telebasura, las sirenas parecen sonar algo más lejos.
—No te quiero… —susurro acariciando tu espalda, pues juramos no decirnos nunca “te quiero” — pero te echaré de menos.
Y eso sí que es cierto.
Te echaré de menos cuando todo arda y nos separemos. Lo haré cuando la vida nos lleve por caminos opuestos y lo hará llegado el momento porque somos supervivientes que se adaptan al medio. Somos conscientes de ser distintos al resto y aunque nos ha llevado décadas asumirlo, ahora nos enorgullecemos.
Te giras y sonríes con tristeza. Esa tristeza tan atada a las costuras de tu piel que es inseparable de tu cuerpo.

Me buscas y me haces el amor. Me prolongas los tiempos como sólo tú sabes hacerlo. Parece que llevas una vida follándome y hace sólo unas noches que nos conocemos.
Me manejas a tu antojo, subiéndome, bajándome… Llevándome al abismo y trayéndome de vuelta para por fin acabarme sentada sobre mí mientras me metes en la boca dos dedos.
—Que arda… —gimes liberando la ola de placer que llevas dentro.
Y me empapas mientras termino dentro. Y te derrumbas sobre mí mientras de fuera llega el olor a humo y a través de la ventana vemos el resplandor de los incendios. Las sirenas no cesan, pero yo debajo de tu cuerpo, estoy lejos de todo ello.
Respiro el aroma de tu cuello y sin quererlo me duermo, y al hacerlo te estrecho en mis brazos y durante unas horas al menos olvidó que ahí afuera, en la noche…

…el mundo es fuego.









Comentarios