Algún día lo descubriremos
- Ramón Otero

- 24 ago 2023
- 4 Min. de lectura

¿De qué estamos hechos? ¿Somos lo que pensamos? ¿Lo que comemos? ¿Somos acaso lo que soñamos, o lo que sentimos y vemos?
Toda una vida jugando a este juego de la Vida, y sigo sin saber de qué va esto. Estudio, pregunto, aprendo, y sin embargo, son muchas más las cosas que ignoro que las que comprendo.
De niño tenía sueños, hoy todavía los tengo. Cruzar el Sáhara, conocer lugares exóticos, sentir el amor verdadero. Soy afortunado, porque muchos de esos sueños, casi sin buscarlos, los he ido cumpliendo. Lo soy también, pues dentro del adulto en el que me he convertido, el niño sigue soñando. Lo hace en pequeño, susurrándome a dónde quiere ir, y yo, al timón de la nave de nuestra vida, navego a destinos inciertos.
El hombre que soy hoy es la suma de los libros de he leído, de las derrotas que he cultivado, de las veces que la he cagado, de las personas que he amado y de las dos ocasiones en que debería haber muerto.
Un accidente hace años cuando me quedé dormido a 123 kilómetros de Madrid, y una riada en Castellón de la que me sacó un compañero. (Johny, aunque hace años que no nos vemos, sabes cuánto te echo de menos).

¿Qué habría quedado de mí de haber muerto? Quedarían las amistades que no supe cuidar. Quedarían las decepciones que provoqué y las veces que fui un cabrón… Eso quedaría, por supuesto, pero también quedaría lo mejor que tengo.
Dylan, mi aventurero intrépido, es lo mejor que le ha sucedido a mi vida. Él, sin saberlo, ha completado el puzle del hombre que llevo dentro. Él me hace mejor, me obliga a serlo. Mi labor como padre es nutrir sus raíces de valores y tratar de que no heredé mis miedos. Tengo pocos, pero como humano, por definición, alguno tengo.
Así pues, cuando me vaya, ¿qué quedará de mí? Ese podría ser uno de mis miedos. Quedarán mis libros, mis palabras. Quedarán mis pensamientos. Pensamientos como este texto. Si mi hijo llegase algún día a leerlos, todos juntos, podrían ayudarle a hacerse una idea de quién era su padre, de cuáles eran sus inquietudes y sus sueños.
Vivimos tiempos inciertos. Es una época de cambio la que nos toca vivir. La Verdad se oculta entre capas y capas de mentiras y no sabemos qué es cierto. La única certeza es que todos tenemos un Tiempo y que cuenta hacia atrás cada día, cada momento.
Cada mañana es una oportunidad de ver la vida de un modo distinto al día anterior.
No todo lo que has hecho en tu vida tiene solución. Amistades que te has cargado, personas a las que has herido o no sabido cuidar, no querrán saber de ti nunca más, pero puedes disculparte. Puedes asumir tu parte de culpa de corazón, escribir un mensaje y pedir perdón, y a la vez dar las gracias a esa persona a la que has hecho daño, pues con ella has aprendido a valorar ciertas cosas que antes no sabías apreciar.
Puedes deshacer la mayoría de los nudos de tu vida en un momento. Puedes aprender y recapacitar. Te dolerá, tendrás que tragarte tu orgullo y eso te joderá. Sentirás que la sangre se te convierte en bilis porque siempre has hecho lo que te ha dado la gana y nunca antes te habías tenido que disculpar. Pedir perdón será algo nuevo, y todo lo nuevo e inexplorado nos produce cierta inseguridad.
Te moverás en el terreno pantanoso de quién sabe qué lo ha hecho mal y ahora debe recular, mirar a los ojos, y reparar un daño que, quizás, jamás vaya a sanar. Pero si quieres que tu vida cambie, lo harás.
Lo harás y entonces sentirás una pizca de calor surgiendo en el centro de tu corazón. Lo harás, y aquel con quien te disculpes quizás te entenderá y te dará una enésima oportunidad. Y puede que lo que salga de ahí no sea lo que tú esperes, pero el cambio habrá comenzado ya. Y con el perdón, con la disculpa, llegará la paz.
Esa paz interior que nunca llegaste a tener. Esa paz que no te dejó ser el hombre que seguramente habrías querido ser. Un hombre cercano, sereno, sonriente. Un padre, y alguien en quien confiar.
Aprendemos para bien y para mal. Aprendemos de las personas las cosas que debemos hacer y aquellas que a toda costa debemos evitar.
De ti, aunque me joda decirlo, aprendí para mal. Fuiste el ejemplo de aquello en lo que no quería convertirme jamás. Toda la vida he luchado contra esa parte que se hereda de padres a hijos de forma natural y a fuerza de hacerlo, construí el adulto que soy hoy.
Te doy las gracias por hacerme fuerte. Te doy las gracias, porque de ti heredé la pasión por leer, y con todos los cientos y cientos de libros que te robaba, también me construí a mí mismo sin querer. No has sido el padre que habría querido. Has sido el padre que he tenido.
Ahora soy yo quien debo serlo. Dylan no ha llegado a conocerte. Algún día verá tus fotos y sabrá que, en realidad, durante unos años, tuvo dos abuelos. Y yo, pensando en ello, me pregunto ¿qué somos?
Por mí puedes ir en paz, papá. Ojalá, al fin la hayas encontrado al otro lado.
Gracias por todo. Por lo malo y por lo bueno. Que sea dentro de mucho tiempo, pues tengo mucho que hacer aquí antes de irme, pero que volvamos a vernos, y que cuando lo hagamos, seas todo lo que esta vida no te dejó ser.
¿Somos lo que vivimos? ¿Somos el legado que dejamos? ¿Somos cómo nos recuerdan los que un día nos quisieron?
Supongo, que algún día, lo descubriremos.









Comentarios